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Un genial don nadie

No fracasé, sólo descubrí 999 formas de NO hacer una bombilla.

Thomas A. Edison

Hace algún tiempo vengo padeciendo problemas de incontinencia mental replicada. Por favor no se rían, es algo grave y que me está volviendo loco. Al principio no le presté atención, pero en los últimos tiempos se ha convertido en una maldición. Para que me entiendan, les diré que éste extraño padecimiento psicológico fue diagnosticado por primera vez por un psicólogo suizo (¿Porqué siempre son suizos los psicólogos?) en el año de nuestro señor de un mil y novecientos y catorce. El hombre en cuestión determinó que dicho mal se manifestaba por la generación de ideas completamente innovadoras para el paciente, pero que en realidad ya existían en el mundo real. Dicho de otra manera, el enfermo ideaba cosas, cualesquiera que estas fueran – inventos, textos, obras de arte, diseños, por ejemplo. – asumiéndolos como propios cuando en realidad ya habían sido ideados por otras personas. Lo peor del caso es que los pacientes que sufren éste trastorno mental no aceptan el hecho de que sus ideas “originales” ya han sido creadas por otros antes de ellos.

Lo que les describo antes podría parecerles algo tonto, pero no lo es tanto cuando creemos que hemos imaginado algo que podría salvar al mundo y resulta que ya alguien lo inventó.
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Alas rotas

Love is never lost. If not reciprocated it will flow back and soften and purify the heart.

Washington Irving

Sentada, acurrucada, era un ovillo en el suelo y lloraba, lloraba abrazándose así misma meciéndose hacia delante y hacia atrás. Cortos gemidos salían constantemente de su pecho y espasmos que iban y venían hacían temblar su cuerpo. Frente a ella, sólo podía observarla. No había nada que pudiera hacer. Quería abrazarla pero me atrevía, quería decirle palabras de consuelo, pero el nudo que atenazaba mi garganta me lo impedía, deseaba hacerla feliz, pero ella jamás quiso eso de mi , hubiera querido seguir amándola con todas mis fuerzas como lo hice desde el día que la vi por primera vez, pero era un sentimiento que ella no pudo o no quiso corresponder nunca. Me atreví a posar mi mano sobre sus cabellos, así como se alienta a un niño pequeño. Ella se estremeció y sus llantos se tornaron más dolorosos. Su belleza había desaparecido oculta por el dolor que colmaba su pecho y yo, yo sólo estaba ahí, inútil, sin poder remediar su sufrimiento.
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Despiértame cuando pase el temblor

Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos. Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos.

Hellen Keller

Desperté bruscamente, no sentía mi brazo derecho. Me asusté, no sabía que ocurría. Traté de moverlo y sentí sus dos manos apretando con muchísima fuerza por encima de mi codo. La ausencia de percepción no era más que mi brazo dormido por la falta de circulación. Luego sentí como todo se movía a mi alrededor, la cama temblaba, el agua en el vaso sobre la mesita de noche saltaba haciendo extraños guiños de gotas saltarinas. Traté de soltarme de su agarre, pero ella atenazaba mi brazo con una fuerza que no podía suponer en alguien tan frágil. Ya totalmente despierto pude percibir sus sollozos. Su rostro, enterrado entre mi cuello y la almohada dejaba escapar un llanto temeroso. Como pude me deshice de su agarre y, echándome hacia atrás, me senté. Ella seguía llorando, oí como algo en la cocina se estrellaba contra el suelo haciendo un gran ruido, seguro una olla o algún otro perol. Aquel desagradable sonido me alteró un poco, no lo esperaba. Ella volvió a tomarme del brazo, con más fuerza si es que eso era posible. Con enojo la hice soltarme otra vez.
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No diré

La fantasía del hombre es la mejor arma de la mujer.

Sofía Loren

Estaba nervioso, lo admito, nervioso y con algo de miedo. Aquella situación era extraña por decir lo menos. ¿Alguna vez se ha encontrado completamente desnuda en medio de una plaza a mitad de una noche lluviosa?, ¿no? Bueno, era eso exactamente lo que me estaba pasando. No recordaba cómo había llegado allí o cómo me habían llevado, de verdad no lo recordaba o no quería recordarlo. Tampoco era que me importara mucho. No diré, eso sí, que aquella extraña situación no me procurara un tanto de placer. Si, lo estaba disfrutando. Estaba atenazado de frío y totalmente empapado, el nerviosismo me hacía temblar y el miedo no me dejaba pensar claramente y aunque parezca una locura, sentía placer en todo aquello. Una cálida sensación de placer recorría mi interior y todo lo que sentía por fuera me era indiferente, sencillamente no me molestaba nada.
| ¡Dale que no viene carro!

La artillería del diablo

El recurso final del hombre destruido es el delito.

Ugo Foscolo

¡Que bolas tienes! — dijo Fausto con ojos vidriosos por el miedo. —¿Sabes qué? —respondió Eugenio mientras exhalaba una bocanada de humo— ¡Me sabe a mierda lo que pienses, lo que opines o sientas! Las vainas son como son y no hay vuelta atrás. Te comprometiste y no puedes echarte para atrás ahora que ya todo ha sido organizado. En su mano derecha brillaba un anillo de acero. El anillo era un regalo de su padre, una inscripción labrada en el metal adornaba la joya: "Cedo alteram". Eugenio sabía su significado y más aún, lo consideraba un mensaje de suerte. Sus palabras eran tajantes y sin espacio para la duda.
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El latido del corazón

Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos.

Anónimo

Tun tun tun tun. El día que lo escuchó por primera vez, una sensación de temor le hizo temblar de miedo. Era un sonido hueco, acompañado de un eco sordo que contrariaba el origen de aquel sonido, tun tun tun tun. Acompasado, monótono, constante. Al principio lo buscó pero no pudo encontrarlo y es que aquel sonido parecía originarse en un lugar y cuando llegaba ahí se había trasladado a otro más allá, más lejos, otras veces más cerca, podía estar detrás de él y al voltearse aeguía igual, detrás de él, tun tun tun tun. Era desesperante, aterrador seguir oyendo aquello y no saber su origen. Acudió a su esposa para que le ayudara a localizar el sonido, pero ella no escuchaba nada. Después de muchos intentos aquello terminó por exasperarla y le exigió que fuera a un médico: Deberás ir a un especialista, le increpó. Tun tun tun tun.
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La cafetera de hierro que estaba al pie de la escalera

La escalera que sube a un desván siempre sube y nunca baja, igual que siempre baja y nunca sube la de un sótano.

Gastón Bachelard

La camisa se hallaba sobre el sofá, había caído con descuido, todos sus botones abiertos, a su lado, un par de zapatos negros junto a un par de medias parecían bailar la danza del desorden los unos con los otros. Más allá, unos pantalones oscuros aún llevaban puesto el cinturon que los sostuvieran a unas caderas de hombre. Sobre la pequeña mesa, al lado del sofá, un reloj metálico brillaba de cabeza, aunque no podían apreciarse en detalle, las manecillas giraban rítmicamente segundo a segundo. Más allá de eso nada indicaba que hubiera alguien en la casa.
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La guerra de las mariposas

La mariposa recordará por siempre que fue gusano.

Mario Benedetti

Nunca antes hubo una guerra más hermosa, más silenciosa o que dejara a la naturaleza tan bien parada, tampoco la hubo nunca después y es que la Guerra de las Mariposas fue un hito en los anales de las confrontaciones bélicas de nuestro planeta. Hay que decir, además, que en esta guerra no hubo pérdidas humanas, resultado lógico, puesto que los humanos no participamos en las hostilidades, no hubo pérdidas materiales, el uso de armas de destrucción masiva o individual no existió, no había motivos políticos, económicos o religiosos para que se iniciara el conflicto, en esta guerra uno de los antagonistas ni siquiera era un ser vivo, era algo más allá, era la propia naturaleza. Fue pues, una guerra a todas luces, fuera de los parámetros que conocemos.
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Humeante café

La mujer es como una buena taza de café: la primera vez que se toma, no deja dormir.

Alejandro Dumas

Volvió a mirar el reloj nervioso, frente a él, una taza de humeante y negro café dejaba escapar su aroma perfumando la estancia. Un dedo empezó a hacer círculos sobre el borde de la taza. Aspiró profundamente dejándose llevar por la fragancia de la oscura infusión. Sonrió contento, en cualquier momento ella entraría por la gran puerta de cristal frente a él. Ese momento era siempre de gran alegría, ella siempre miraba a todas partes para, al final, cruzar sus miradas. Luego se acercaría adornada por aquellos extraños abalorios de mil formas, sus bufandas de los más disímiles colores y texturas y por las joyas más hermosas que él hubiera visto: sus grandes y hermosos ojos verdes.