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Diosa Marina

El amor tiene fácil la entrada y difícil la salida.

Lope de Vega

Hace tiempo que no te escribía, en realidad jamás te he escrito. Hoy es la primera vez, hoy me confieso ante ti y ante el mundo. ¿Tu profesión? Esa quedará para los curiosos. ¿Quien eres? El placer de saber que cientos me visitan y no saben quien eres es más que suficiente.
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Así escribo

No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.

Oscar Wilde

Mis dedos se mueven febrilmente sobre el teclado, el chasquido de cada tecla al ser presionado me hipnotiza y es así como escribo. En mi mente ideas fluyen en un río de sin sentidos que se tornan en un texto. No siempre resulta algo que hubiera sido pensado concienzudamente, en realidad nunca hay nada planificado. Sólo dejo que mi cabeza ande por los senderos de pensamientos rudimentarios las más de las veces, nociones sin significado aparente que van apareciendo en la pantalla del ordenador.
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La desagradable historia de Amalia Contreras - 5ta parte

La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar.

Karen Blixen

Mientras escuchaba cada una de mis palabras atentamente, Amalia hacía mohines y gestos propios de una jovencita, se veía realmente interesante y era más que evidente que parte de su trabajo era detallar al máximo cada cuestión que tuviera que ver con el proyecto que abordaríamos en la reunión a realizarse rato después. Ese primer encuentro y la conversación — nada personal — me hicieron interesarme por Amalia. No desde el punto de vista hombre – mujer, no, sino más bien por el simple hecho de lo curioso que me resultaba encontrarme con una latinoamericana tan lejos de nuestras cálidas tierras.
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Esperando el autobús

Mientras esperaba el autobús, Eusebia observaba a su alrededor entreteniéndose con la gente que pasaba en una u otra dirección por la acera del frente. Tomados de la mano, una pareja de adolescentes reían e intercambiaban miradas pícaras. Asomado unos metros más adelante estaba un hombre de una gran barriga, la cual mostraba parte de su peludo abdomen ya que la franela que le cubría por lo prominente. Eusebia veía estas escenas y se sonreía le pareció divertido y sin darse cuenta olvidó que esperaba el autobús. Miró a su izquierda, donde a menos de un metro, una mujer alta, elegantemente vestida miraba una y otra vez su reloj de pulsera, para, paso seguido mirar alrededor como buscando a alguien. El problema es que los lentes de sol que le cubrían los ojos no permitían conocer realmente su expresión, sólo el mordisquear de sus labios denotaba la preocupación que la embargaba.