Tres preguntas, tres respuestas
Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro, sí, y ésa fue su condena.
Hoy, apenas me levanté, lo primero que me vino a la mente fue un recuerdo tuyo: Tu rostro frente a mí, la última vez que nos vimos. Llegaste caminando con ese paso tuyo, lento, altivo, elegante. Sonreías de esa manera en que sólo tú lo haces. Caminé hacia ti y nos abrazamos. Fue, ese abrazo, un largo y placentero momento donde pudimos sentir la necesidad del otro por tomar todo el amor y el deseo acumulados luego de más de una semana sin vernos. Vuelvo a pensar en esa imagen mientras te escribo y me reconforta.