| ¡Dale que no viene carro!

El paraíso en su boca

Es curioso que se le denomine sexo oral a la práctica sexual en la que menos se puede hablar.

Woody Allen

Sus grandes ojos me miraron pícaros y me sonrió con esa sonrisa que tanto me gustaba. Sentado en un gran sillón observaba el espectáculo que Verónica me regalaba. Frente a mi bailaba lentamente, sin música. Se movía como una gata, contorneándose y girando, sin ton ni son, sus brazos estaban es todas partes. Sus piernas, se turnaban para enredarse entre ellas o elevarse en el aire. Todo eso ocurría sin que ella dejara de mirarme. Su delgadez me excitaba sobremanera, esos tatuajes...

Era Verónica una flaca de una estatura que estaba fuera de los parámetros criollos. Alta, de larguísimas y hermosas piernas. Piernas hechas para disfrutarlas en toda su magnitud. Piernas capaces de producirme las más gratas sensaciones siempre que las acariciaba, las besaba o, mejor aún, cuando me rodeaban inmisericordes, sometedoras.