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Superbia

El niño - de unos doce o trece años - cerró los ojos, apretándolos con tal fuerza que sintió dolor en las órbitas, sus manos eran dos pimientos rojos agarrotados por la fuerza conque las comprimía la una contra la otra, los dedos entrelazados. Sus dientes empezaron a rechinar y de la comisura de sus labios empezó a correr un delgado hilo de sangre, éste bajaba por su barbilla, goteando sobre su pecho. En un momento determinado, de escuchó un crujido sordo: uno de sus dientes había estallado debido a la presión que hacía mientras cerraba las mandíbulas. Su respiración era rápida, furiosa y gruesos goterones de sudor corrían por sus sienes y frente en tales cantidades que parecía que le hubieran bañado de pies a cabeza. El dolor que sentía en su espalda, en sus costillas y en sus piernas era horrible, pero ni un sonido escapaba de su boca y menos aún, ninguna lágrima era derramada por sus ojos.
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De amor y deseo

Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama

Miguel de Cervantes Saavedra

¿Cómo no amarte, cómo no dejar que mi corazón se retuerza en delirios por ti? ¿Cómo evitar que mi pulso se altere cuando te acercas, cómo detener todo el huracán de pasión que desatas dentro de mí? ¿Qué parezco no escucharte, qué no te presto atención? No puedo, no puedo hacerlo, tu revuelves mi interior, sólo la pasión, el amor desenfrenado, el deseo incontenible, las ansias, las ganas, la ternura, el cariño... ¿Te fijas?, me pones loco, empiezo a desvariar, no coordino mis ideas.

¿Pero es que acaso soy dueño de lo que siento? ¿Soy poseedor del poder para decidir sobre lo que mi alma anhela? ¿Puedo acaso controlar la turbación que causas en cada una de mis moléculas siempre que te percibo sin importar la distancia?