El paraíso en su boca

Es curioso que se le denomine sexo oral a la práctica sexual en la que menos se puede hablar.

Woody Allen

Sus grandes ojos me miraron pícaros y me sonrió con esa sonrisa que tanto me gustaba. Sentado en un gran sillón observaba el espectáculo que Verónica me regalaba. Frente a mi bailaba lentamente, sin música. Se movía como una gata, contorneándose y girando, sin ton ni son, sus brazos estaban es todas partes. Sus piernas, se turnaban para enredarse entre ellas o elevarse en el aire. Todo eso ocurría sin que ella dejara de mirarme. Su delgadez me excitaba sobremanera, esos tatuajes...

Era Verónica una flaca de una estatura que estaba fuera de los parámetros criollos. Alta, de larguísimas y hermosas piernas. Piernas hechas para disfrutarlas en toda su magnitud. Piernas capaces de producirme las más gratas sensaciones siempre que las acariciaba, las besaba o, mejor aún, cuando me rodeaban inmisericordes, sometedoras.Sus anchas caderas estaban adornadas, por delante, con una vulva preciosa, siempre depilada, de pequeños labios y mejillas mullidas que siempre invitaban al beso y la lamida, formando un marco perfecto para aquella oquedad que tanto placer me brindaba. Por detrás un trasero esculpido por algún dios fanático de las nalgas coronaba el final de su espalda. Ese precioso culito había sido escenario de algunos de los momentos más felices y placenteros que hubiera vivido. Prieto, esponjoso, durito. Podía comérmelo durante horas, lamerlo a conciencia, degustarlo con fruición y penetrarlo sin compasión de ninguna índole. Sus senos eran pequeños, perfectos, eran como dos flores que adornaban su pecho. Lamerlos, mordisquearlos y acariciarlos era divertido. Su cuello merece especial mención largo y delgado. Estaba diseñado para ser adornado con la más fina joyería, pero era también un lugar perfecto para besar, chupar y acariciar.

Al final, como la guinda de un pastel, estaba su rostro. Hermoso, de facciones suaves y delicadas, con una boca ancha de labios carnosos,...comérmelo durante horas, lamerlo a conciencia, degustarlo con fruición... besables, una boca con una sonrisa que iluminaba a todo y a todos. Una boca que podía reír con dulzura, una boca de la que podían salir palabras que acariciaban y risas que divertían, una boca dispuesta a producir los placeres más mórbidos que puedan imaginar y que honraría lo que digo en unos momentos. Me encantaba su nariz, grande, perfecta y lo mejor de todo eran sus preciosos ojos café. Grandes, brillantes, pícaros, seductores y vivos, muy vivos.

Así pues, esa mujer que acabo de describir bailaba frente a mi. Una falda corta, cortísima, negra, enmarcaba sus preciosas y largas piernas. La prenda era tan diminuta que cada vez que giraba podía observar la media luna de sus nalgas. Una blusa de gasa o una tela similar de un color entre blanco y pastel permitía imaginar su talle y sus pequeños pechos cuyos pezones seguramente estarían erectos. Las mangas de aquella blusa eran amplias, tanto que los brazos de Verónica semejaban unas alas que se movieran al viento. En un gran sillón, frente a ella, yo le sonreía excitado y divertido. Casi acostado sobre aquel cómodo mueble, sin camisa — ella me la había quitado minutos antes — me complacía observándola y mostrando descaradamente un gran bulto bajo los jeans que llevaba puestos.

Así estuvimos durante bastante rato, por momentos me incorporaba tratando de acercarme y tocarla, pero ella empujaba mi cabeza hacia atrás haciéndome caer sobre el sillón todas las veces. Le divertía excitarme y a mi me divertía su juego. Ninguno de los dos hablaba, a veces, las palabras sobran y aquel, era uno de esos momentos. De improviso, la danza terminó y sonriente caminó muy lento los tres o cuatro pasos que nos separaban. Yo seguía semiacostado en el sillón, expectante, ansioso, excitado. Verónica se inclinó sobre mi y con sus manos sujetó las mías sobre los posa brazos. Luego me besó, al principio dulcemente y luego más y más agresivamente, tanto que después de unos instantes nos estábamos comiendo a besos. Quería abrazarla y atraerla hacia mi, pero ella me tenía sujeto firmemente.

De pronto, sin más, separó nuestras ...no sólo me estaba regalando la mejor mamada de mi vida, sino que además lo disfrutaba...bocas y regalándome una de las sonrisas más hermosas que le vi, se agachó entre mis piernas. Soltó mis manos lentamente haciéndome entender que deseaba que no moviera las mías. Luego con mucha delicadeza y lenta pero firmemente empezó a bajar el cierre de mis pantalones. Desvió su mirada hacia ese lugar y metió su mano hurgando, sus dedos largos atraparon la erección que desde hacía mucho estaba desesperada por salir y con mucho cuidado sacó mi duro pene de aquella cárcel de tela que le había aprisionado durante tanto rato. Mi virilidad palpitaba en su mano. Ella observaba fascinada, lasciva, divertida. Empezó un suave y casi imperceptible movimiento hacia abajo para luego volver en dirección contraria. Dejé escapar un suspiro, cerré mis ojos y me dejé llevar por el placer que estaba a punto de recibir.

Verónica acercó su rostro a mi pene y empezó a soplar. La sensación de suave brisa sobre mi miembro y el saber que su boca estaba a escasos milímetros de él, hizo que mi excitación creciera aún más. Entreabrí los ojos para ver como su preciosa boca engullía mi glande delicadamente. Percibir su lengua en la parte inferior de mi cabecita y el calor y la humedad de su boca hizo que me agarrara como un poseso a los brazos del sillón. Paulatinamente, sin detenerse, muy pausada, siguió hundiendo mi pene más y más profundo en su boca hasta que su nariz rozó mi bajo vientre. Luego se quedó así unos instantes que me parecieron eternos y después, así como se lo había metido todo, empezó a sacarlo poco a poco. Cuando dejó fuera la cabecita, respiró contenta y volvió a sonreírme.

Después, sin ninguna pausa, empezó a besar mi pene a todo lo largo. Una de sus manos me masturbaba acompasada y la otra ...tragaba una de mis pelotas y la chupaba como su fuera un mango...acariciaba y jugaba con mis testículos. Aquel era un espectáculo que podía ver eternamente. Verónica no sólo me estaba regalando la mejor mamada de mi vida, sino que además lo disfrutaba igual o más que yo. Aquella mujer era maravillosa, de verdad lo era.

Con la mano que me masturbaba levantó mi verga contra mi vientre sin dejar de pajearme y empezó a chupar mis bolas. La sensación era fantástica. Primero tragaba una de mis pelotas y la chupaba como su fuera un mango, luego se cambiaba a la otra y repetía el juego. Mientras tanto, su otra mano subía y bajaba sobre mi pene. Así estuvo unos minutos durante los cuales sufrí mares para no correrme haciendo que aquel placer concluyera.

Luego de divertirse un buen rato con mis bolitas, Verónica tomó mi pene, esta vez con sus dos manos, cruzando sus dedos frente a mi y empezó otra paja dejando mi glande fuera. Esto no duró mucho, porque mi cabecita desapareció en su boca tras engullirla otra vez. Sentí su lengua girandoVero estaba inspirada y yo sudaba aguantando con todo mi ser las ganas de correrme. alrededor de mi glande y la presión que su deliciosa succión ejercía sobre éste. Así estuvo unos cuantos minutos. Después soltó sus manos y empezó un movimiento de mete y saca. Mi pene aparecía y desaparecía dentro de su maravillosa boca. Sus manos no se quedaron quietas y me acariciaban, los muslos, el bajo vientre, el pecho, una de ellas subió hasta mi rostro y uno de su dedos se coló en mi boca. Empecé a chuparlo extasiado. Mientras tanto, la otra mano bajó y concentró toda su pericia en acariciar mis bolas, las pellizcaba y apretaba produciéndome un dulce dolor que era un placer medio masoquista. Su cabeza seguía en ese moviendo de sube y baja acelerándose por momentos para luego ralentizarse hasta casi volverme loco.

En algunos momentos Verónica volteaba contemplándome y sus ojos me regalaban con una mirada cómplice, una mirada que parecía decirme: — Soy feliz mamándotelo. Disfrútalo. ¡Y vaya que lo estaba disfrutando! Vero estaba inspirada y yo sudaba aguantando con todo mi ser las ganas de correrme. Esfuerzo que resultó inútil.

Después de un tiempo que se hizo eterno, después de un tiempo en el que la boca y las manos de Verónica me regalaron mil placeres, después de un tiempo en el que mi verga parecía estallar dentro de su prodigiosa boca, después de que sus manos recorrieron y acariciaron todo lo que estaba a su alcance, después de un tiempo en el que perdí la noción de mi propio ser, después de todo ese tiempo no pude aguantar más y estallé en el más grande y prodigioso orgasmo que jamás tuviera.

Verónica recibió el primer chorro de mi eyaculación dentro de su boca. Abrió los ojos excitada y sacando mi pene de su boca lo masturbó posesa, mientras lamía la cabecita escupía semen copiosamente. La lefa salpicó sus labios y mejillas. Un gran chorro calló sobre su frente y corrió bajando por un lado de su nariz. Volvió a meter mi verga en su boca, chupando relamiendo y más semen se coló en su interior. Yo temblaba mientras mi cuerpo era invadido por espasmos que hacían que me sacudiera descompasadamente. No sé cuanto tiempo duró aquel orgasmo, sólo sé que luego de que logré calmarme y abrí mis ojos, Verónica seguía frente a mi. Su rostro y cabello estaban impregnados de mi simiente y mi pene volvía a estar dentro de su boca. Flácido y complacido. Sin sacarlo, Vero sonrió cómplice. Acaricié su cabello y tomando su cuello la atraje hacia mi rostro. Besé sus labios lechosos y saboreé mi propia lefa. Seguí besándola agradecido, complacido y alegre. Luego hice que se sentara sobre mis piernas y la abracé. Aquella fascinante mujer me tenía atrapado a su cuerpo y a su persona, realmente me tenía atrapado y, debo confesarlo, no tenía la menor intención de escapar.

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