Humeante café

La mujer es como una buena taza de café: la primera vez que se toma, no deja dormir.

Alejandro Dumas

Volvió a mirar el reloj nervioso, frente a él, una taza de humeante y negro café dejaba escapar su aroma perfumando la estancia. Un dedo empezó a hacer círculos sobre el borde de la taza. Aspiró profundamente dejándose llevar por la fragancia de la oscura infusión. Sonrió contento, en cualquier momento ella entraría por la gran puerta de cristal frente a él. Ese momento era siempre de gran alegría, ella siempre miraba a todas partes para, al final, cruzar sus miradas. Luego se acercaría adornada por aquellos extraños abalorios de mil formas, sus bufandas de los más disímiles colores y texturas y por las joyas más hermosas que él hubiera visto: sus grandes y hermosos ojos verdes.

Cerró los ojos y acercó la taza a sus labios, aspiró nuevamente aquel delicioso ...en cualquier momento ella entraría por la gran puerta de cristal...perfume y sorbió un trago. Dejó que el sabor se regodeara en su boca y tragó con calma y placer el café.

Abrió los ojos y ahí estaba, era más hermosa de lo que siempre lograba recordar. Ojeaba en todas direcciones buscándolo, siempre era así. Al cruzarse sus miradas ambos sonrieron, ella se acercó saltarina, risueña, coqueta, encantadora. Se sentó a su lado regalándole un “hola” alegre para luego besarle de esa manera tan suya que siempre le aceleraba el corazón. Se miraron un instante, verse era siempre motivo de alegría para ambos. Él sorbió otro trago de café: —¡Dios, es perfecta! —pensó ensimismado.

No hay nadie en casa

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