El latido del corazón

Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos.

Anónimo

Tun tun tun tun. El día que lo escuchó por primera vez, una sensación de temor le hizo temblar de miedo. Era un sonido hueco, acompañado de un eco sordo que contrariaba el origen de aquel sonido, tun tun tun tun. Acompasado, monótono, constante. Al principio lo buscó pero no pudo encontrarlo y es que aquel sonido parecía originarse en un lugar y cuando llegaba ahí se había trasladado a otro más allá, más lejos, otras veces más cerca, podía estar detrás de él y al voltearse aeguía igual, detrás de él, tun tun tun tun. Era desesperante, aterrador seguir oyendo aquello y no saber su origen. Acudió a su esposa para que le ayudara a localizar el sonido, pero ella no escuchaba nada. Después de muchos intentos aquello terminó por exasperarla y le exigió que fuera a un médico: Deberás ir a un especialista, le increpó. Tun tun tun tun.

Con sus hijos fue igual, ninguno de ellos oía nada. Terminaron por tomarlo como motivo de broma Era desesperante, aterrador seguir oyendo aquello y no saber su origen.y lo llamaban para indicarle la procedencia del sonido. Sale de debajo de la cocina papá. ¡No, no!, sale de detrás de la poceta, ¡me equivoqué es del árbol en el patio de donde sale, así se divertían a costa de su padedimiento. Igual el sonido seguía ahí, eterno, tun tun tun tun.

Llamó a su mejor amigo, él si le creería. Le hizo ir a la casa y le puso a que escuchara aquello. Su amigo tampoco le ayudó, no oyó nada. Lo peor de todo era que luego de aquel intento, el sonido empezó a acompañarlo a todas partes, el supermercado, tun tun tun tun, en la barbería, tun tun tun tun, el la oficina, tun tun tun tun, en la playa, durante sus vacaciones, tun tun tun tun, al bañarse, al comer, al caminar, al vestirse, al charlar, hasta cuando soñaba oía aquel tun tun tun tun. Mientras leía, allí estaba, hasta cuando le hacía el amor a su esposa y a las dos amantes que tuvo a lo largo de todo su matrimonio, tun tun tun tun.

Dejó de preguntarle a la gente si lo escuchaban, era inútil, sólo él y nadie más que él lo oía. Además, tanta insistencia terminó por hacer pensar a muchos que estaba loco. Evitó tocar el tema, tun tun tun tun, cuando le preguntaban si seguía oyendo aquello sólo negaba y sonreía. Seguro era el estrés de aquellos días, respondía, tun tun tun tun.

Pasó el tiempo y el sonido se mantenía incólume en su cabeza. Cinco, diez, veinte y tantos años pasaron y el sonido, aquel tun tun tun tun atormentador, se hizo costumbre. Pudo continuar con su vida, escaló posiciones en la empresa, tun tun tun tun. ...hasta cuando le hacía el amor a su esposa y a las dos amantes que tuvo...Le nombraron jefe de un importante departamento, tun tun tun tun. Se jubiló y le entregaron una placa en reconocimiento al trabajo y entrega en su oficio, había sido el hombre que tomó las decisiones más importantes, tun tun tun tun, estaba orgulloso de si mismo y su mujer y sus hijos se sentían igual. Lo había logrado, tun tun tun tun, había triunfado en la vida.

Sus hijos se hicieron adultos, se casaron y tuvieron sus propios hijos. Sus nietos eran felices con los juegos y las historias del abuelo, tun tun tun tun, era divertido reír con los niños, ver sus caritas de asombro cuando les mostraba el truco de la moneda, tun tun tun tun, corrían de un lado al otro, gritando, riendo, jugaban siempre.

Un día, temprano en la mañana, un día de mucho calor, su esposa murió, tun tun tun tun, el dolor de perderla le aprisionaba el pecho, el sonido se hizo débil, casi no lo oía. ¿Estaba haciéndose viejo y por eso no lo escuchaba? Tun tun tun tun, no, no era eso, era sólo el volumen de la persona que ya no estaría con él, esa persona a la que no volvería a ver, a la que no podría abrazar nunca más. El sonido también lloraba su ausencia eterna.

Con el tiempo el sonido se volvió a hacer fuerte, pero ya no le importaba, era parte de él, era parte de su vida. Estaba sólo en casa, el mayor de sus hijos acababa de irse con su mujer y los niños. Era domingo, tun tun tun tun, un domingo hermoso. El cielo era un muestrario del azul más intenso que pudiera verse. Aquí y allá pequeñas nubes, como tiras de algodón, adornaban aquel sobrecojedor azul. Era un día perfecto, un día digno para dejar las preocupaciones y olvidarse de todo. Se sintió tranquilo, el sonido seguía ahí, tun tun tun tun y se alegró de esa repetitiva compañía. Se sentó en el sillón del patio, el que estaba debajo del árbol de tamarindo, ese que fuera un regalo, no podía recordar de quien y sonrió, tun tun tun tun.

Empezó a hacer un repaso de su propia historia y llegó a una conclusión que no le ocasiona ninguna duda: su vida había sido buena. Había jugado mil veces, juegos de niño en su infancia y luego, de adulto, el juego de la vida. Rió por las cosas graciosas, por los chistes malos y por los buenos momentos. Tun tun tun tun. Amó, amó muchísimo, podía considerarse afortunado en el amor, ahora sólo le hacía falta su mujer, fue su más grande y entregado amor. Luchó, se entregó con ahinco al trabajo y supero los obstáculos naturales y aquellos que le fueron puestos por quienes le adversaban. Disfrutó de buenos y encomiables amigos que estuvieron a su lado siempre y aún, los que vivían, seguían estándolo. Podía decir orgullosamente que era un buen padre sus dos hijos triunfaban en sus respectivas vidas, habían construido sus propias familias y se comían al mundo, si, podía decirlo, había sido un buen padre, tun tun tun tun...

Sin más dejó de oir aquello. ¿No oía el sonido?, ¿podía ser cierto eso?, ¿el sonido ya no estaba? ¿sería posible? Puso toda su atención en oír el sonido, pero no podía escucharlo. Símplemente ya no estaba. Miró a su alrededor, revisó debajo de la mesa, detrás de la nevera, no hubo rincón de la casa que no moviera buscando el sonido pero todo resultó inutil. Ya no estaba. Sonrió aliviado y se encaminó al patio, habían pasado casi cuarenta años desde que oyera aquel repiqueteo y de pronto ya no lo escuchaba. Al salir, sus ojos se abrieron asombrados, frente a él se hallaba un anciano sentado en el viejo sillón, debajo del tamarindo, su cara caía fofa sobre el pecho haciendo una mueca entre graciosa y ridícula, era él mismo, entonces supo que había muerto porque aquel sonido que ya no esuchaba era el latido del corazón, de su propio su corazón.

Sólo 2 hablaron pajita

Clip | 17 febrero, 2012 20:35

Me ha gustado tu historia, tum tum tum tum, la verdad es que a veces pienso en mis propios latidos y la suerte que tenemos de que sigan latiendo.

Un saludo!! y felicitarte por el blog, lo encuentro genial

3rn3st0 | 20 febrero, 2012 23:01

Clip: Por fin hoy pude responder. Gracias por tu visita, eres bienvenido. Regresa cuando lo desees. Más aún, gracias por el hecho de que mi escrito te haya gustado. Ciertamente, es bueno que nosotros seguimos escuchando el tun tun tun tun en nuestro pecho.

Debo visitarte, estaré pendiente de hacerlo. Nuevamente, gracias.

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