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Apocalipsis de silicio

Un grito estremecedor me hizo saltar en mi silla. Dos mesas más allá una mujer gritaba histérica mientras agarraba su pecho. Corrió como loca hacia los baños y desapareció tras la puerta, detrás de ella un hombre corrió pero sin poder alcanzarla. Se detuvo frente a la puerta del baño de damas y miró hacia el resto de los comensales que en ese momento llenábamos el restaurante.

Con el grito y la carrera de aquella mujer mis nervios se alteraron sobremanera. Aproveché que un mesonero pasaba a mi lado y le pregunté que ocurría.
- No lo se caballero, esa mujer se levantó pegando gritos y se metió al baño. El cajero ya llamó a la policía, es lo único que puedo decirle.

Miré hacia el baño y el hombre aún estaba ahí, esperando, se había acercado a la puerta y tocaba ésta mientras llamaba a la mujer, por lo menos eso creí, puesto que la distancia no me permitía escuchar.

Pocos minutos después, unos agentes de policía uniformados entraron al local. Se dirigieron a la caja y pude ver como el cajero les señalaba hacia el baño de damas. Todos los clientes que nos encontrábamos ahí estábamos curiosos por saber que ocurría. Los agentes se acercaron al hombre que aún seguía fuera y hablaron con él. Luego uno de los uniformados se atrevió a pedir: - ¿Podría alguna de las damas presentes tener la amabilidad de entrar e informarnos que ocurre? - luego quedó mirando alrededor.

Unas cuantas mesas más allá de la mía, una chica de unos veintitantos años levantó la mano tímidamente. La otra joven que la acompañaba la haló por la blusa, pero la primera sacudió su mano en señal de rechazo. Se levantó de su mesa y se dirigió hacia los dos policías y el hombre.

Conversó con los agentes y luego entró al baño, su temor era casi visible. Los que veíamos la escena estábamos tan tensos o tal vez más que la chica. Sentí admiración por su valor y me acomodé lo mejor que pude para observar la escena.

Segundos después de que la chica desapareciera detrás de las puertas, se escuchó un grito agudo y corto, los policías no aguantaron más y entraron de inmediato a la habitación. Después de unos instantes el agente que antes se dirigiera a todos salió gritando en dirección a la caja: - ¡Llame a una ambulancia, rápido!

Todos en el restaurante nos quedamos paralizados, el oficial volvió a entrar al baño mientras el hombre que aún seguía fuera trató de detenerle en procura de que le dijera que ocurría. El agente del orden no le prestó atención y salió poco después con la chica que se había ofrecido de voluntaria. Esta lloraba a mares y movía su cabeza en señal de negación. La llevó hasta su mesa y llamó a uno de los mesoneros, ahora todos mirábamos a la joven, le dijo algo que tampoco pude escuchar y éste salió corriendo hacia la cocina, apareciendo poco después con un gran vaso de agua. Se lo dio a la joven y esta bebió algunos sorbos mientras su llanto continuaba, la amiga que había quedado en la mesa le abrazaba consolándola. El policía regresó al baño y todos dejamos de prestar atención a la joven para concentrarnos en lo que ocurría en el baño.

Paso un largo rato donde nadie sabía que ocurría, el oficial de policía salió nuevamente del baño y conversó con el hombre que desesperado esperaba fuera, éste se llevó las manos a la cabeza mostrando su preocupación, hizo un gesto de asentir y entró al baño junto al agente.

No se cuanto tiempo pasó, pero luego de un silencio casi palpable, empezó a escucharse un rumor en todo el local, los comensales hablaban en murmullos los unos con los otros. En mi caso nada podía hacer puesto que estaba sólo, me limité a tratar de escuchar los pero fue inútil. De pronto, por la puerta principal se escuchó un estruendo y de la nada aparecieron dos paramédicos con una camilla, miraron en todas direcciones hasta que un hombre que se hallaba en alguna una mesa les grito: - ¡Por aquí, es en el baño de damas!

Los dos paramédicos corrieron entre las mesas con su camilla y debo admitir que me causó asombro que no tropezaran con nada ni nadie. Entraron al baño y nuevamente se hizo el silencio. Algunos minutos después salieron junto a los dos oficiales de policía, el hombre y la mujer, quien acostada y arropada hasta el cuello parecía inconsciente. Salieron por la puerta principal y esta vez el murmullo se hizo vocerío, todo el mundo hablaba sobre lo ocurrido.

Mi apetito se había ido quien sabe donde, por lo que le pedí al mesonero la cuenta. Cancelé y salí de allí. Esa tarde no pude concentrarme en el trabajo, no podía. La imagen de esa mujer corriendo y gritando como loca no me dejaba en paz.

Esa noche, un poco más tranquilo me puse a ver televisión. Cambiando canales sin ton ni son, logré escuchar algo que captó mi atención: - Se han presentado algunas emergencias en toda la nación, mujeres en todas partes están siendo víctimas de un extraño virus. - Decía la periodista en un tono sin emociones de ningún tipo.

Luego de esas palabras, las noticias siguieron su curso sin nada que llamase particularmente mi atención. Al rato quedé dormido.

--- o ---

Uno o dos días después, mientras tomaba una taza de café en la cocina de la oficina dos compañeros charlaban.
- ¿Supiste lo del virus de la silicona? - preguntaba uno con cara de asombro.
- ¡Claro! Pero lo más arrecho es que no sólo ataca la silicona, ataca cualquier cirugía plástica, no importa si es una liposucción, una rinoplastia, unos labios llenos de bótox. ¡Hasta las reconstrucciones de himen! ¿Qué tal? - respondió el otro con una expresión entre burlona y sarcástica.
- O sea, que las que tienen virgos de lata… ¿se jodieron? - preguntó el primero casi riéndose.
- No sólo eso, es que cualquiera que se haya echado cuchillo tratando de ponerse más bella, va a quedar desarmada como si de un aparato dañado se tratara.

Un poco dubitativo concluyó el primero: - Sólo ataca mujeres entonces.

Un gesto afirmando tal conclusión fue la respuesta del segundo.

Tomé mi último sorbo de café y salí disparado de allí. ¡Era terrible lo que estaba ocurriendo! Me senté en mi escritorio y estuve meditando un rato. De pronto una preocupación vino a mi cabeza, algo de lo que no me había percatado. ¿Qué pasaría ahora con mi hermana y sus nuevos pechos o con mi amiga Sabrina y su reconstrucción facial? Quise tomar el teléfono pero un ruido de platos rotos me sorprendió. Algunos compañeros y compañeras corrieron hacia la cocina, yo hice lo mismo. Al asomarme, veo a Luis - uno de los que hablaba hacía sólo unos minutos - tirado, revolcándose en el suelo mientras sus manos se apretaban contra su entrepierna, una gran mancha roja empezaba a teñir su pantalón.

Un frío temor recorrió mi espalda, salí corriendo, tenía que comunicarme urgentemente con mi hermana. Busqué mi celular y marqué su número. Del otro lado de la línea sólo una máquina respondió a mi llamado.

Salí de la oficina y cojí por las escaleras, bajé los tres pisos hasta la planta baja casi matándome. Salí a la calle y mi miedo se convirtió en temor, por todas partes se escuchaban gritos, quejidos, llantos, decenas de personas se retorcían, se encorvaban sobre si mismos, había mucha sangre por todas partes, más allá, una mujer convulsionaba mientras de su pecho brotaban ríos de sangre, mezclada con el maldito polímero.

Asombrado y aterrado veía aquí y allá a todas las víctimas de la cirugía plástica caer. Sentí algo que golpeaba mi espalda y me volteé por puro reflejo, lo que vi me hizo perder el conocimiento, un hombre frente a mi estallaba haciendo que sus vísceras dieran contra mi rostro.

Desperté enceguecido por una incandescente luz que deslumbraba en el límpido cielo. El sol brillaba en todo su esplendor, ya no había gritos, tampoco gemidos, llantos o quejas, todo era silencio. Me incorporé y quedé sentado sobre el duro cemento. Miré a mi lado y allí estaba aún el hombre que había estallado frente a mí. Temblando más por debilidad que por miedo me levanté. Por todas partes había cadáveres, hombres, mujeres y muchas, muchísimas adolescentes yacían lacerados, despedazados, simplemente hechos pedazos.

--- o ---

Ya han pasado cuatro años desde aquel horrible día, la raza humana ya no es la misma, hemos aprendido a aceptarnos tal y como somos, algunos inclusive alcanzaron niveles de sabiduría que nos permitieron al resto entender lo que ocurrió.

Mi hermana vive con mi madre aún, para suerte suya, el médico que la operaría un día antes de la tragedia estalló como si de un globo se tratara, se había realizado no menos de quince operaciones.

No hubo un virus, tampoco se trató de malas prótesis o problemas con las operaciones de belleza. Todo había sido un designio de lo más alto, éramos por origen divino hermosos, nuestras almas lo eran, brillaban con luz propia. Tratar de alcanzar la perfección sólo hizo que el supremo enardeciera y así como el diluvio, la torre de Babel o la destrucción de Sodoma y Gomorra en esta oportunidad nos quiso dar una lección.
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Matarife

Dejé que la hoja del cuchillo corriera suavemente por su cuello y de inmediato un hilo rojo que caía a lo largo de toda la herida empezó a brotar.

La había amarrado de cabeza atada sus extremidades por sendas cuerdas de grueso nylon. Debo decir que no fue nada sencillo. Se defendió con patadas y mordiscos. Su furia era inmensa, sin embargo una fuerte patada la dejó tendida el tiempo suficiente para poder amarrarla fuertemente.

La sangre salía a borbotones y sus ojos vidriosos me miraron en ese justo momento. Me observaba aterrorizada, trató de emitir algunos sonidos, pero la sangre en su garganta y tráqueas, ahora cercenadas por mi certera cuchillada no se lo permitía.

Me senté tranquilamente sobre un banco de madera, saqué de mi bolsillo una cajetilla de cigarrillos y encendí uno mientras observaba como iba muriendo poco a poco. Estaba pálida, ya le quedaban sólo unos minutos. Su respiración se hizo entrecortada, ya no había terror, posiblemente sólo sus pulmones, corazón y cerebro funcionaban. El resto de los órganos de su informe cuerpo estaban muriendo por la falta de oxigenación.

Era maravillosa esa sensación de poder, de saberme poseedor de dar muerte cuando yo quisiera.

Exhalé una bocanada de humo directamente a su rostro, abrió los ojos nuevamente, pero ya no había expresión en ellos. Estaban apagados, grises, ningún sentimiento se apreciaba en ellos.

Tiré la colilla al piso y calló sobre el charco de sangre que se había formado. Tomé nuevamente el cuchillo y lo hundí profundamente en la herida. La cabra no se movió, ya estaba muerta. Un fuerte tirón rompió su cuello y logré desprender la cabeza. Mi trabajo del día había terminado. Ser matarife no siempre es fácil, no señor.