Despiértame cuando pase el temblor
Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos. Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos.
Desperté bruscamente, no sentía mi brazo derecho. Me asusté, no sabía que ocurría. Traté de moverlo y sentí sus dos manos apretando con muchísima fuerza por encima de mi codo. La ausencia de percepción no era más que mi brazo dormido por la falta de circulación. Luego sentí como todo se movía a mi alrededor, la cama temblaba, el agua en el vaso sobre la mesita de noche saltaba haciendo extraños guiños de gotas saltarinas. Traté de soltarme de su agarre, pero ella atenazaba mi brazo con una fuerza que no podía suponer en alguien tan frágil. Ya totalmente despierto pude percibir sus sollozos. Su rostro, enterrado entre mi cuello y la almohada dejaba escapar un llanto temeroso. Como pude me deshice de su agarre y, echándome hacia atrás, me senté. Ella seguía llorando, oí como algo en la cocina se estrellaba contra el suelo haciendo un gran ruido, seguro una olla o algún otro perol. Aquel desagradable sonido me alteró un poco, no lo esperaba. Ella volvió a tomarme del brazo, con más fuerza si es que eso era posible. Con enojo la hice soltarme otra vez.Aquella escena no era más que una repetición constante cada noche desde hacía muchas, muchísimas noches. No es que quisiera morir, pero si debía hacerlo quería que fuera tranquilo y sobre todo descansado.Pasado el quince de diciembre de dos mil doce, era ya inminente e ineludible el fin del mundo. Las famosas predicciones mayas no estaban equivocadas. El planeta entero se estremecía día a día bajo los ataques de su propia naturaleza, maremotos, ciclones, tormentas eléctricas, incendios, inundaciones, terremotos y demás desastres eran parte de lo cotidiano. Había visto y sabido de parientes, amigos y conocidos que habían muerto ahogados por una gigantesca marejada, otros habían desaparecido tragados por la tierra así sin más, los más afortunados habían perecido sin dolor, muchos ni siquiera se habían enterado de sus propias muertes.
Debo confesar que aquellos decesos me traían sin cuidado, no es que esas personas no me importaran, no. Es que desde hacía mucho había aceptado a la muerte como parte de la vida, una parte vital e imposible de evitar. Además, durante unas cuantas decenas de miles de años habíamos estado destruyendo al planeta, consumimos sus recursos sin ningún tipo de control, hicimos desaparecer cientos de especies y alteramos todos y cada uno de los ecosistemas del orbe. Peleamos guerras ignominiosas — ¿qué guerra no lo es? —, cambiamos el cursos de los ríos, talamos los bosques hasta que los árboles eran sólo fotografías en las enciclopedias, nos reprodujimos sin importar el hambre y la miseria. Yo era de la opinión de que lo que estaba ocurriendo no era más que el resultado lógico de nuestras acciones, de nuestros equívocos. Nos lo merecíamos.
La amaba, ciertamente la amaba, pero aquellos ataques de terror me tenían ya con los nervios de punta. Hacía muchas noches que no dormía, un grito desgarrador, un llanto incontrolable — como esa noche —, un ataque de nervios... No me dejaba dormir y eso me tenía en un estado de salud lamentable. No es que quisiera morir, pero si debía hacerlo quería que fuera tranquilo y sobre todo descansado.
Volvió a aferrarse a mi brazo luego de que se escuchara como algún edificio cercano se derrumbaba.
— ¡Suéltame coño! — grité sin ápice de compasión. Luego me di vuelta halando la cobija para arroparme, — ¿no vez que ya sólo faltan diez o doce días para que esta vaina se termine?, ¡déjame dormir y duerme tu también. Chamer, no va a dejar que salgamos de ésta, acéptalo. — agregué cruel.
— Ernes...
— ¡No me interesa chica, no me interesa!, ¡Quiero descansar!, es más, mañana despiértame cuando pase el temblor.
De eso ya han pasado casi ocho meses. Esa misma noche se fue. Supongo que estaba tan cansado que no me di cuenta. La amaba, ciertamente la amaba, pero aquellos ataques de terror me tenían ya con los nervios de punta.Sin buscarla, la encontré tres días después. un gran árbol le había caído encima. No la lloré, tampoco me sentí triste o culpable por su muerte. Creo que fue lo mejor para ella, su terror había cesado.
Los que quedamos después de aquel pseudo apocalipsis estamos reconstruyéndolo todo. Los desastres naturales cesaron y un nuevo mundo se rehacía a si mismo aceptando la ayuda de quienes sobrevivimos a su furia. ¿Ella?, a ella la extraño a veces, a veces no. La vida continúa.
Sólo 2 hablaron pajita
Que bueno!!! Escogí esta entrada por el título -Soda Stereo nunca deja mal- y bueno, así fue. No me equivoqué. Excelente tu relato. Fuerte, pero buenísimo! Me recordó un poco a Crónicas desquiciadas de Indira Páez.
Saludos!
Adriana: Me alegra que te haya gustado. Eres bienvenida cuando desees visitarme :-)
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