La desagradable historia de Amalia Contreras - 4ta parte
Me baño en la quieta luz de una gota y recuerdo cómo llegué a ser.
El agua caliente caía sobre mi cuerpo y el vapor llenaba la habitación mientras me bañaba. Después de un buen rato, más por disfrute que por higiene propiamente dicha, terminé mi ducha y salí. Me acerqué al espejo que se hallaba adosado a la pared sobre el lavamanos. Saqué de mi estuche de viaje mi vieja navaja, regalo de mi abuelo, la crema de afeitar y empecé el rito del rasurado. Me hallaba concentrado en esos menesteres cuando el sonido de mi teléfono móvil me asustó haciendo que la afilada navaja deslizara sobre mi piel provocando que un pequeño hilo de sangre se marcara alarmante en mi cuello. No era algo grave, pero lo blanco de la espuma de afeitar y de la decoración de la sala de baño hacían que el carmesí de la sangre destacara sobre todo el ambiente.