Carlos y Liliana
No se conocían personalmente, pero Liliana y Carlos Luis estaban enamoradísimos. Un error en un número marcado habían llevado a ambos a mantener una relación que ya databa de seis meses atrás.Sin embargo, algo empañaba la relación, hasta ese momento, perfecta. Liliana estaba embarazada de Carlos...
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Carlos Luis, oficinista, técnico universitario, veintitantos años, soltero, sin hijos, aún vivía con sus padres. Soñaba con conseguirse un mejor trabajo, seis años, casi siete llevaba trabajando en esa compañía. Empezó haciendo sus pasantías profesionales y luego de graduarse el propietario había decidido darle: “Una excelente oportunidad de crecer”, como le había dicho en aquella ocasión. Sin embargo Carlos Luis pensaba que vaciar los libros contables en un sistema ofimático todos los días durante tantos años, no era precisamente una excelente oportunidad y aunado a esto, desde que trabajaba para la compañía, aún cuando jamás había faltado a su trabajo, cuando ni siquiera había llegado tarde un solo día, su salario seguía siendo el mínimo y sólo había sido incrementado por las exigencias hechas a las empresas a través de leyes que las obligaban a subir los salarios.
En pocas palabras, Carlos Luis resultaba ser uno más del montón, un hombre gris, con un futuro gris y una carrera, si es que así podía llamársele, más gris aún.
Liliana, la virginal Liliana sólo contaba con diecinueve años y estaba en su primer año de universidad. Aún mantenía en su personalidad restos de una adolescencia recién finalizada. Sus maneras y comportamiento mantenían de continuo regresiones – con pataletas incluidas – de lo que había sido una jovencita consentida, sin necesidades económicas o emocionales y sobre todo, complacida en todo lo que pedía.
Su futuro se veía promisorio, más aún porque su padre, un señorón, con dinero, poder e influencias, movía los hilos necesarios para que su niña mimada no sufriera por nada ni nadie y menos aún se pudiera ver mezclada con gentuza que no era merecedora de alcanzar tan altas esferas. Así de imbécil era el padre de Liliana.
El día que se conocieron, Carlos Luis debía hacer una llamada a un proveedor de la empresa. Lamentablemente para el proveedor pero para la dicha del propio Luis Carlos, éste equivocó el número y contactó sin querer con Liliana. Esa primera conversación fue entrecortada sobre todo por la vergüenza que Carlos le expresó a Liliana debido a su equivocación. Sin embargo, ocurrió que pocos días después Carlos volvió a errar el número y se encontró hablando nuevamente con Liliana.
La tercera vez, Carlos Luis se encontraba aburrido y aprovechando que su supervisor había salido, decidió llamar a Liliana, esta vez no sería una equivocación, él llamaba con la intención de conversar con ella. Marcó el número y esperó a que respondiera. De pronto un pensamiento cruzó velozmente. ¿Y si no era ella quien respondía?, ¿qué debía hacer?. - Aló – se escuchó una voz en el auricular.
Carlos Luis colgó inmediatamente cortando la llamada. Estuvo un rato mirando el teléfono y dando golpecitos a un lapicero con su dedo. No aguantando más decidió que si no respondía “ella” – aún desconocía su nombre – preguntaría por cualquiera y daría una disculpa por el número equivocado.
Volvió a marcar, y esperó: - Aló – dijo nuevamente la voz en el auricular. Pero Carlos Luis no la reconoció. Un nombre se le vino a la mente y fue lo primero que dijo: - Con Liliana por favor.
- Ella habla, ¿quién es?.
Carlos Luis sintió terror. ¡No podía ser!, ¿cómo era que “ella” se podía llamar Liliana?. ¡Dios!. Colgó, o más bien tiró el auricular. Desde su cubículo uno de los compañeros de Carlos Luis le miró molesto por el ruido. – Disculpa, se me calló el teléfono – dijo Carlos Luis apenado.
El otro volteó nuevamente y siguió con su trabajo. Carlos Luis, por su parte estaba temblando, era increíble, sólo dijo un nombre, el primero que se le ocurrió y la más grande casualidad hizo que el nombre que había pensado fuera el de “ella”.
Esa tarde, Carlos Luis desistió de volver a llamarla, estaba muy ofuscado y nervioso para hacerlo. Aún le costaba asimilar la idea de que aquella voz se llamara Liliana. Terminó de vaciar en el sistema el trabajo pendiente de esa tarde y se marchó a su casa como todos los días.
Mientras caminaba hacia la estación del metro, Carlos Luis no dejaba de pensar en aquella voz cuyo nombre ya conocía. Se dijo así mismo que al día siguiente, apenas se presentara la oportunidad llamaría nuevamente, eso si, esa siguiente vez no colgaría, se presentaría ante ella. Quien sabe, tal vez podría conocerla en persona, tal vez ella era hermosa, quien sabe.
Continuará...