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Una fábula urbana 1

Hace tiempo que no hago un pequeño intro para muchos de mis escritos y a veces siento que es necesario hacerlos. Como sabrán quienes me leen, he venido presentando una inconsistencia bastante acentuada en los últimos dos meses. Esto se debe a mis nuevas ocupaciones, sin embargo, he tratado de mantener el blog vivo. Sobre todo porque siento un grato sentimiento de empatía con quienes me comentan y aún con quienes no lo hacen.

Bloguear se ha convertido en una catarsis en una relajación de sentidos y sentimientos.

Espero ahora, que éste nuevo relato, que publicaré en dos partes, sea de vuestro completo agrado.

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El papi cogió la nueve milímetros firmemente y la dejó caer con todas sus fuerzas sobre el rostro del muchacho frente a él. Se escucharon algunos huesos rotos y de inmediato una gran mancha de sangre cubrió la cara del hombre que gemía y lloraba. Calló sobre la acera desnuda y otro golpe rompió su frente al chocar contra el duro concreto.

Wilson miraba a un lado mostrando una desdentada sonrisa. Su pequeña mano sostenía un revolver calibre treinta y ocho lo bastante grande y pesado como para dificultarle al niño su manipulación.

El sujeto en el suelo tosía escupiendo sangre y algunos pedazos de sus destrozados dientes. El golpe que le diera el papi le había roto la quijada y algunos dientes. Trató de decir algo, pero una patada en el estómago le hizo perder el conocimiento. Calín, el tercero de los atacantes rió de buena gana por la agresión a la que estaba siendo sometido el enemigo común.

Los tres chiquillos se miraron los unos a los otros y se sintieron felices. Tenían el poder, sus armas, el alcohol y la droga que corría en su sangre les daban a los tres esa sensación. Con un pie descalzo Wilson tocó el rostro ensangrentado del hombre en el suelo.

– Éste pajúo se tiró tres – dijo sin mucha emoción mientras hacía un gesto levantando ambas manos. – ¿Y ahora, nos piramos? – concluyó. Sus ojos miraron al papi, quien era el jefe.

El papi contaba sólo con dieciséis años, pero tres muertos encima le convertían en el jefe de la banda más peligrosa de La Bombilla, peligroso barrio del éste de Caracas. La prensa les había bautizado como los piedreros. Unos doce muchachos entre los nueve y los diecisiete años formaban la banda. Eran los mayores distribuidores de crack del municipio y los más violentos también. Doce asesinatos en el último año y medio, innumerables atracos, hurtos y muchos heridos eran parte del currículo de ese grupo de niños y adolescentes.

En el suelo se hallaba el tuerto, un mozuelo de piel negra como el azabache, un corte de cabello al mejor estilo regueatonero. Un jean algo roído por el uso, unos zapatos deportivos de una conocida marca, de esos que usan los jugadores de básquetbol y una franela con un motivo también deportivo eran su vestimenta. Fue sorprendido saliendo de la casa de la tía, una conocida jovencita de costumbres bastante liberales con los varones de la comunidad. Era el jefe de una banda rival y cuando el papi, Wilson y Calín lo vieron ni siquiera lo pensaron. Lo encañonaron y sin darle tiempo a nada lo desarmaron. La pequeña pistola siete sesenta y cinco que portaba fue el premio que recibió Calín por haber sido quien lo avistara, además, fue quien lo enfrentó sin más armas que su valor y el montón de droga que hacían bullir su cerebro y su corazón.

– ¿Tu eres gafo? Dijo Calín algo molesto. – No ves que’l guevón ese se desmayó. Vamo’a esperal pa’terminá e’ jodelo.

La ventana de la tía se abrió un poco y tres cañones apuntaron en esa dirección. – ¡Epa tranquilos, tranquilos pues! – les gritó nerviosa pero sin miedo. La tía sabía que por muy fuerte que fuera la pálida no la lastimarían. Todos los malandros del barrio sabían que la tía además de darles sus favores íntimos, les protegía. Además, conocía a muchos pacos y sabía como hablar con ellos para quitárselos de encima. Esas cualidades hacían de la tía una mujer que a sus veintidós años era respetada y apreciada por los malhechores y pillastres de toda la barriada. – ¡Si lo van a quebrá denle rápido!, no dejan dormir -. Dicho esto cerró su ventana y se acostó como si nada.

– ¡Cuando le guindemos el flux a éste vamos a echalnos unas culdas contigo tía, no te duermas! – Exclamó Calín emocionado por lo que la tía podía ofrecerles. - ¡Ok, ok! – fue la respuesta que se escuchó desde el interior del rancho de la tía.

Los tres chicos se sentaron entonces alrededor del tuerto a esperar que despertara. Luego de algunos minutos, algo apurado por lo que deseaba de la tía, el Calín se levantó mientras decía: – Nojoda, vamo’a dale. Vamo’a quebrá a éste marico y vamo pa’onde la tía -. Wilson que también estaba aburrido dijo a su vez: – Coño el mío, vamo’a soná a este mamagüevo y nos rumbeamos la dura con la tía.

Papi miró a sus dos compinches y puso cara de pocos amigos. Quería matar al tuerto tanto como ellos, estaba tan apurado y deseoso como ellos, pero quería que la muerte del tuerto fuera una señal para otros, incluyendo a su propia gente. Ser jefe era excelente, pero mantenerse en ese puesto no sólo era difícil sino muy peligroso. Tenía que hablar con mucho tacto para que el par de drogadictos que le acompañaban no reaccionaran contra él. Dejó que pasaran unos segundos sin siquiera mirarles, segundos que se hicieron una eternidad. Luego, pausadamente, sin prisa y con un movimiento bien estudiado apuntó al Calín directo a la cara con su nueve. Luego, hablando casi para si mismo les dijo a ambos: - Vamo a esperá un pelo más. Si no se levanta lo paramo nosotros y luego lo quiebro. ¿Hay peo con eso? – Concluyó, esta vez mirando fijamente a los ojos de sus amigotes.

Estos no dijeron nada, Calín no pudo evitarlo y empezó a temblar. Volvió a sentarse y bajó el rostro. Odiaba al papi, pero sabía de lo que éste era capaz. Wilson en cambio no le dio la menor importancia al asunto. Sólo quería tirarse a la tía y sabía que sin importar la hora, ésta les estaría esperando con unas cuantas botellas de anís. Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un cigarrillo, lo encendió y empezó a fumar mientras imaginaba las cosas que haría con la tía.

Frente a ellos, el cuerpo del tuerto seguía completamente inmóvil, sólo un leve movimiento de sube y baja en sus costillas permitía darse cuenta de que respiraba.

Después de pocos minutos, el papi tomó la decisión. Poner a esperar a sus compinches no era bueno, además, el también empezaba a aburrirse. Se levantó y preguntó: – Calín, ¿quieres tirar con la tía?

Calín miró a su jefe con ojos brillantes y una gran sonrisa. – ¡De bolas! – exclamó como respuesta.

- Güeno, tonce, échale una meada al marico ese a ve si se levanta de una vez. Me tiene medio arrecho ya con la güevoná de estar durmiendo. Vamo’a sonalo de una.

Como impulsado por un resorte, Calín se levantó y bajándose un poco los pantaloncillos que cargaba dejó soltar un grueso chorro de orina sobre la cara del tuerto.

La reacción del caído no pudo ser más ridícula para quien hacía sólo unos minutos era uno de los hombres más peligrosos del barrio La Bombilla. Empezó a buscar el líquido que caía sobre su rostro tratando de beberlo, las heridas en su boca ardían y la conmoción de los golpes le hizo pensar que era agua. Sólo cuando escuchó las risas de sus ejecutores escupió.

El Wilson no paraba de carcajearse y lo mismo le ocurría al Calín. Sólo el papi mantenía una actitud seria aunque hubiera podido reír de buena gana.

El papi hizo un gesto con la mano a sus compinches y estos callaron sus risas de inmediato. Luego, casi parsimoniosamente, se levantó. El tuerto supo que estaba ya muerto, miró al papi directo a los ojos y un gesto de mucha soledad se dibujó en su golpeado y sangrante rostro. Quiso decir algo, pero su mandíbula fracturada sólo le hizo emitir un quejido gutural.

Más de veinte disparos rompieron el silencio en el callejón nueve. Luego el silencio. Aunque los vecinos de las viviendas junto al sitio donde asesinaron al tuerto escucharon todo lo ocurrido, nadie dijo nada. Sólo el llanto de un bebé se escuchó durante algunos minutos. Después de un rato más del más puro silencio, el sonido estridente de un regueatón llenó toda la zona. En casa de la tía se celebraba con anís, marihuana y crack. Esa noche Wilson hizo con ella todo lo que se le ocurrió, aprovechando la borrachera del Calín, el papi abrazado a dos jovencitas de unos quince años dormía la borrachera y al día siguiente, bien entrada la tarde, Calín despertó tendido en el piso de tierra del rancho, pegado el rostro a sus propios vómitos.

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Eran las cinco de la mañana cuando Camilo Pacheco fue despertado por su mujer para ir al trabajo. Era Camilo Pacheco un negro alto de unos treinta y tantos años, trabajaba como albañil en la construcción de un nuevo centro comercial. Aún cuando su casa quedara sólo a unos cincuenta metros de donde mataron al tuerto, en casa de Camilo nadie se dio por enterado. Se desayunó un par de arepas rellenas con fiambre frito tomó su acostumbrada taza de café negro y se despidió de su mujer. Al salir de su casa, unos pocos escalones más abajo, Camilo Pacheco encontró al tuerto, un fuerte olor a orina, un gran charco de sangre y un montón de casquillos adornaban la escena. Pacheco miró en todas direcciones y algo temeroso se agachó, revisó los bolsillos del muerto y sacó de allí una faja de billetes que le hicieron sonreír. – Se armó un limpio – pensó. Guardó el dinero en su bolsillo rápidamente, miró nuevamente a todos lados y se alejó.

Bajó las escaleras, esperó unos diez minutos hasta que pasó el vehículo Toyota chasis largo de la ruta local que le llevaría hasta la parte baja del barrio, ahí tomaría una camionetica que lo dejaría en la estación del metro para luego marchar hasta la construcción donde trabajaba. Salió de la estación del subterráneo, estaba deseoso de llegar a la construcción para poder contar el dinero que le había quitado al malandro.

Mientras caminaba pensaba en lo que haría con el dinero. Armaría una rumba, donde hubiera mucha caña, algo de bazuco, le echaría un tremendo polvo a su mujer y luego, con lo que sobrara compraría un aire acondicionado nuevo o un equipo de sonido más grande y más potente. Siguió caminando y pensando, cambió de idea. Mejor buscaría una excusa para irse con Soledad, la hija del dueño de la bodega a pasar un fin de semana en la playa. Esa carajita estaba bien buena y él sabía que ella le tenía tantas ganas como las que el le tenía a ella. Si, eso haría, además, tirarse a esa geva era algo que muchos en el barrio envidiarían el culo de soledad era un trofeo muy deseado por los varones en la barriada. Camilo sonreía mientras todas esas cosas pasaban por su cabeza, estaba tan concentrado que no se dio cuenta de que al pasar por el terreno baldío que estaba más abajo de la construcción un zagaletón empezó a seguirle con paso rápido. Cuando lo escuchó ya era muy tarde, sintió el frío acero sobre su nuca, detrás de él una nerviosa voz le ordenó: - ¡Quédate quieto güevón, esto es un atraco! Si volteas te sueno. Dame todo lo que tengas.

Camilo sintió que un sudor frío recorría toda su espalda. Trató de decir algo pero su voz no le salía. Quiso llevar sus manos a los bolsillos para entregar al malandro todo lo que tenía pero estas no le obedecieron.

El malandro insistió: – ¿Qué pasa pue’? ¿Te la das de arrecho es la vaina? O me das todo o esta noche toman café en tu casa pajúo. Su voz quería sonar feroz pero el temor podía ser percibido claramente. Camilo siguió sin moverse, el terror le tenía paralizado. No pasaron más de uno o dos segundos, hubo un estruendo y luego silencio. La bala atravesó la nuca de Camilo, chocó contra uno de los huesos de la quijada y salió por su pómulo izquierdo. El cuerpo sin vida calló al suelo como un fardo lleno de arena. Cuando los obreros, sus compañeros de trabajo, salieron de la obra a ver que ocurría sólo vieron el cuerpo tendido en el suelo. En su bolsillo aún estaba el dinero que horas antes perteneciera al tuerto.

Ya Camilo no poseería el trasero de Soledad, tal y como iba a ocurrir ese fin de semana y nunca conocería a Jhonny Camel, el hijo que su mujer llevaba en el vientre y que llegaría a ser, por cuestiones del destino, el alcalde más joven del municipio y luego, cambiando la historia de la nación, el primer servidor público importante preso por delitos de corrupción.


Continuará...
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Una conversación entre mujeres

Luego de la descarga de mi último post, vuelvo a lo mío, a lo que me gusta. Le dejo aquí una nueva historia, espero que la disfruten.

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– Él siempre está hablando, habla muchísimo. Habla sobre sus cosas, sobre lo que siente, sobre lo que le ha ocurrido, sobre sus aventuras, como le gusta decir al referirse a sus vivencias. Habla sobre sus hijos, sobre sus anhelos, sus sueños, sus amores pasados –. La joven mujer hizo una pausa para tomar un trago del café que humeante reposaba frente a ella en una taza tan caliente como la infusión que contenía. Luego, mirando a su amiga directo a los ojos continuó:

– De verdad habla mucho. Debo decirte en su favor, eso sí, que no es tedioso, al contrario, resulta divertido –. Mientras hablaba gesticulaba, su rostro mostraba muchas expresiones, sus manos no dejaban de moverse. – Por otra parte, siempre está diciéndome que me ama, eso me turba. Admito que me hace sentir bien, ¿a qué mujer no le gusta que le digan que la aman? – La amiga sonrió por toda respuesta.

La que hablaba prosiguió: – Me halaga, pero me desconcierta. Constantemente me expresa sus sentimientos y las cosas que provoco en él. Lo único que me sale de dentro es sonreírle. Según él, sólo eso gesto le hace feliz –. Calló y tomó otro sorbo de café. Un corto silencio pareció detener el tiempo por un instante.

– Sabes que no soy complicada, que no me dejo enrollar por tonterías. Pero no se que hacer –. Dijo la mujer rompiendo el silencio. Su amiga la interrumpió un momento: – ¡Hay amiga! Estas más enredada que quien sabe que cosa. Además tú eres casada, recuerda eso.

La otra pareció no prestar mayor atención al comentario de su amiga. Simplemente se limitó a seguir con su descarga: – No se si será un conformista, no lo creo, pero es que cualquier tontería que hago le llena de una alegría tal que parece falsa –. Luego aclaró: – Ya sabes que siempre me dejo llevar por mi desconfianza, – hizo un gesto de duda – sin embargo creo, que son tantas esas expresiones, que no pueden ser simuladas –. Bebió otro sorbo de café, lo dejó un momento en su boca, lo saboreó disfrutando el sabor. Luego prosiguió:

– Yo le quiero ¿sabes?, es un amigo, un compañero, un amante, un gran cariño… –. La otra abrió los ojos llevándose las manos al rostro. Con un gesto detuvo a la que hablaba. Movió la cabeza hacia un lado y otro negándose a si misma lo que acababa de escuchar.

– ¿Acabo de escuchar bien? – Preguntó, y sin dejar que la otra respondiera exclamó: – ¡Amante!, acabas de decirme que es tu amante. O sea que te has acostado con él. ¿Te volviste loca? Puedes destruir tu matrimonio, y las consecuencias, lo que dirá la gente. Si, debes haberte vuelto loca –. Hubiera continuado disparando frases a diestra y siniestra, pero la que hablaba primero la atajó.

– Eso puedo aclararlo luego, para mi no es relevante –. El rostro de la primera parecía de enojo.
– Lo siento Natalia, tienes razón. Ya veo porque me decías que era urgente que conversáramos. Sigue por favor –. Dijo la amiga apenada.

Natalia prosiguió un tanto alterada: – Bueno, como decía, él apareció de la nada y se ha convertido en un rayito de luz en mi vida. Es capaz de hacerme sentir muchas cosas. ¿Te imaginas?, yo que me considero una mujer dura, que soy capaz de enfrentar muchas cosas, me siento ante él completamente desnuda, no se como lo hace, pero siempre logra saber lo que pienso o siento y si no atina completamente se acerca mucho a la verdad –. Sus manos cogieron la cartera que colgaba en el respaldar de la silla. Buscó dentro y sacó un yesquero y una caja de cigarrillos. Encendió uno y aspiró profundamente. Luego reanudó su palabrerío:

– A veces, de repente, calla. Me mira directamente a los ojos y me pregunta: ¿qué te ocurre?, otras veces sólo me queda viendo, siempre directo a los ojos para luego decirme: háblame, soy yo quien siempre está diciendo cosas y me gusta escucharte –. Se detuvo un momento, volvió a aspirar su cigarrillo, exhaló el humo y siguió: – Cuando eso ocurre, entonces me libero, puedo hablar con él por mucho tiempo y siempre escucha atento, realmente debo interesarle a éste hombre. Puedo contarle mis cosas, hablarle de mi trabajo, de mi hogar, de mis problemas. ¡Hasta de mi matrimonio! Él oye todo sin decir palabra, escucha interesadamente hasta que hago alguna pausa para darle cabida. Allí empieza entonces a darme palabras de aliento si el decaimiento me abate, palabras de valor cuando no me siento capaz de enfrentar algo, palabras de cariño cuando me siento triste, palabras de amor cuando las necesito, me orienta cuando pierdo el rumbo... Me presta tanta atención que puedo hablarle de cosas de mujeres sin sentir que hablo con alguien que no entiende.

– ¡Natalia, hay chica! Ese hombre te tiene completamente ida –. Interrumpió nuevamente la amiga. Su rostro era de preocupación pero sus ojos tenían una chispa de complicidad y picardía que hacían que Natalia se sintiera tranquila. Por algo eran las mejores amigas.

– ¿Y tu crees que no lo se Daniela? Estoy bien consciente de eso. Y no pienses que no he pensado en las consecuencias. Ya hasta temo dormir, no vaya a ser que hable dormida y mi esposo se entere de todo –. El rostro de Natalia se tornó triste. Se notaba que la preocupación no la dejaba en paz.

Daniela tomó la mano de su amiga dándole seguridad y consuelo. Luego le dijo: – ¿Y porqué mejor no terminas todo? Eso de tener un amante es demasiado arriesgado.

– He querido hacerlo Dani, he querido hacerlo una y mil veces, pero no puedo vale. Él es tan especial, me siento tan bien en su compañía. Además, es un amante tan tierno, tan pródigo, tan imaginativo –. Aspiró otra bocanada de su cigarrillo y se quedó mirando la columna de humo. Un tierno gesto de satisfacción se dibujó en su rostro. Daniela supo entonces que su amiga estaba metida en un tremendo paquete.

– Ah no Natalia, tienes que contarme. Me estas dibujando a alguien maravilloso. ¿Cómo es el sexo entre ustedes?, no me dejes con la duda.

Natalia sintió que sus mejillas se ruborizaban. Bajó la mirada mostrando una sonrisa cómplice a su confidente para responderle seguidamente: – En la intimidad lo beso, él tiembla, tiembla como una hoja seca, tanto así me desea. Es capaz de decirme que me ama hasta mil veces por minuto, yo le correspondo con una sonrisa y él me devuelve el gesto con ojos de enamorado. Él me recorre con sus manos, me besa desde los pies hasta la punta del último cabello. Me explora, me busca en cada rincón de mi misma. Es delicado, paciente. Es, es hasta divertido, porque hasta haciendo el amor me hace reír. Siempre se burla de si mismo, payasea. Yo sólo me dejo llevar.

– ¿Y tu esposo Natalia, qué sucede con él?

La pregunta tornó el rostro de Natalia en un cuadro de zozobra y desazón. Daniela había tocado un punto delicado. La cara de su amiga así lo decía. Como tratando de disculparse dijo: – Disculpa manita, si no quieres no me respondas. Se que debe ser bien difícil…

– No te preocupes –. La interrumpió Natalia. Suspiró hondo, apagó lo que restaba del cigarrillo en la taza del café ya vacía y prosiguió: – Sabes que mi relación con Omar es buena. Económicamente estamos bien, estamos por comprar una casa estamos haciendo la diligencia para tener un bebé este año. Sabes además que me quiere muchísimo y que con él no me faltará nada.

Daniela miró fijamente a su amiga. Ésta bajó nuevamente el rostro. Daniela se sintió triste por su amiga. No sabía que decir, que aconsejarle. Se sintió inútil. Abrió la boca para decir algo, pero Natalia empezó a hablar nuevamente. Esta vez, sin embargo, no miró a su amiga.

– Él me llama varias veces al día, en ocasiones lo hace más de seis veces. Conversamos de todo lo que se nos ocurre. De lo que nos ha sucedido en nuestros trabajos, de lo que sentimos, de lo que deseamos, nos contamos chistes y nos burlamos el uno del otro –. Mientras hablaba, las facciones de Natalia volvieron a cambiar. Daniela así lo notó. Su había continuaba hablando: – A veces cuando hay oportunidad podemos conversar hasta que nuestros móviles quedan descargados. Cuando las circunstancias no nos lo permiten, entonces nos enviamos mensajes de texto.

– ¿Lo amas? – Preguntó de sopetón Daniela.
Natalia tardó unos segundo en responder, muy seria dijo: – ¿Amarle?, una vez se lo dije, estaba ebria. Luego nunca más lo he hecho, no creo que vuelva a hacerlo, por lo menos no en mucho tiempo. No deseo lastimarle, pero así son las cosas. No es que no le quiera, pero amarle va más allá de lo que yo misma puedo permitirme –. Hizo una pausa, miró muy seria a Daniela y agregó: – Mis razones las guardo sólo para mí, no me preguntes más al respecto. Punto.

Al terminar de responder levantó la mano e hizo una seña al mesonero. Éste se acercó, tomó la taza y el cenicero. Luego preguntó si deseaban algo más. Natalia pidió otro café. Daniela imitó a su amiga. El mesonero se alejó de la mesa dejándolas otra vez a solas.

– ¿Y él no te dice nada? ¿Se conforma así nada más? Eso me intriga –. Preguntó Daniela, luego agregó: – Es raro, es como si no le importara nada.

– Él no me presiona, no me empuja, pero se que está tratando de llevarme por un camino del que no se si quiero salir. ¿Qué podrá ocurrir en un futuro entre nosotros? No lo se, pero ambos estamos de acuerdo en que mientras esto dure será maravilloso para los dos y siempre lo disfrutamos al máximo –. Respondió Natalia, luego agregó: – Él se ha venido metiendo poco a poco en mis cosas, y no puedo, o no quiero, evitarlo, no lo se. Aquí es cuando mi feminidad me traiciona, empiezo con todo ese enredo, esa indecisión, ese tira y encoge. ¿Le afectarán esas cosas a él? No lo se, pero si es así, no me lo demuestra –. Los ojos de Natalia mostraban el desasosiego que la embargaba.

– No se que decirte amiga –. Daniela seguía sin poder dar una palabra de ayuda a su amiga. Su cabeza era un hervidero de pensamientos y sensaciones.

Natalia cogió otro cigarrillo y lo encendió. Luego prosiguió donde había quedado como si Daniela no estuviera ahí:
– Hace unos días conversábamos y le dije del viaje que voy a hacer junto a Omar en unas semanas, el que te mencioné el otro día, ¿recuerdas? – Daniela asintió mientras su amiga continuaba. – Después de que se lo dije se quedó callado unos momentos, luego sólo me dijo de lo más alegre que le encantaba la idea de que me fuera de viaje con mi esposo. Que el viaje nos haría mucho bien –. Aspiró profundamente el cigarrillo y prosiguió: – ¡Está loco!, y lo peor es que me está volviendo loca a mí. ¿Tú sabes lo que es esa vaina chica? Decirme que se siente feliz porque me voy de viaje con mi esposo.

– ¡Tranquila Natalia, amiga! Estas subiendo la voz –. Dijo Daniela tomando de las manos a su amiga. Iba a continuar hablando, pero en ese momento llegó el mesonero con el café que habían pedido. Natalia hizo un gesto asintiendo, estaba apenada.

Ambas guardaron silencio mientras el hombre ponía el par de tazas de humeante café frente a cada una. Colocó un cenicero limpio en la mesa. Sonrió amablemente y se retiró de nuevo.

Las dos mujeres echaron azúcar a sus respectivos cafés. Natalia dos cucharadas y Daniela un poco más de dos. Mientras revolvía la azúcar Daniela rompió el silencio preguntando: – ¿Y luego, luego que ocurrió?

Natalia suspiró antes de responder: – Eso es lo peor amiga. Porque después de esa reacción me miró con unos ojos que no he podido borrar de mi cabeza. Aunque su cara me mostraba una gran sonrisa y sus palabras me animaban, su mirada era de soledad, de tristeza. Estuvo así un rato hasta que no se aguantó, o por lo menos eso creo.

– ¿No se aguantó qué cosa? – Preguntó Daniela ansiosa.

– Bueno, después de un rato de estarme diciendo lo bien que me haría el viaje y de lo feliz que sentía me preguntó que cuánto tiempo estaría por fuera –. Respondió Natalia a la pregunta de su amiga. Sin embargo, Daniela siguió inquiriendo:
– ¿Y tu qué le respondiste?

Luego de tragar el sorbo de café que acababa de tomar Natalia respondió: – Bueno, sus ojos me dijeron mucho, sólo le dije la verdad, que el viaje duraría algo más de un mes. Cónchale amiga, lo que si no pude hacer fue verle a la cara. Si lo hacía de seguro suspendería mi viaje.

Esta vez fue Daniela quien suspiró. Miró a su amiga con gran ternura y dijo: – Te entiendo, te entiendo mucho más de lo que imaginas –. Luego agregó: – ¿Y luego de eso que ha ocurrido?

– Después de esa conversación hemos coincido unas pocas veces, siento que está algo frío, éste viaje se ha convertido en una especie de encrucijada. Nuestra relación seguramente cambiará en un antes y después de mi viaje. No se que hacer, el viaje es impostergable y aún cuando el pueda sentirlo, no puedo ni quiero evitar mi partida. Muchas cosas debo pensar, aclarar dudas, ordenar mis ideas –. Natalia dijo esas últimas palabras salieron cargadas de sentimiento. Luego concluyó:

– Quererle es difícil, dejar de quererle también. ¿Qué hago? Esa pregunta llega a mi cabeza una y otra vez.

En ese momento sonó un teléfono. Rápidamente Natalia abrió su cartera, sacó el móvil, miró la pequeña pantalla de cristal líquido y mirando con ojos de felicidad a su amiga dijo: – Terminamos la conversación más tarde o en otra ocasión –. Luego agregó con una sonrisa pícara: – Me está llamando, debo contestar...
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La isla del capitán - y 4

He aquí la última entrega de la historia del capitán Antonio José Martín De Los Santos y Martínez. Falta mucho del material original del libraco que encontré en la playa, pero las hojas se encontraban tan deterioradas que no pude leerlos. He enviado todo el material a un especialista para ver si puede salvarse.

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Día 168: Ya han transcurrido 10 días desde que me hube casado con las tres francesas. Aprovecho el poco tiempo del que dispongo para escribir estas líneas. Noche tras noche, cada una se ha turnado para ejercer su rol de esposa conmigo. Parecen animales de presa, no he dormido casi nada en todos estos días. En las mañanas debo salir temprano con la excusa de cazar o buscar alimentos, de lo contrario me veo en la obligación de continuar con mis labores maritales. Hoy en la mañana no pude más. Mi cuerpo está extenuado, debilitado por la falta de sueño y el exceso de actividad diaria. Creo que los alimentos que consumo no me prestan el sustento que requiero. Collete propuso dejarme descansar por un día y correr los turnos de cada una los días que sean necesarios para mi recuperación. Aprovecharé los días que me den para recuperarme completamente.

Día 170: Hoy me siento más cansado aún que en días anteriores. Mis tres compañeras aprovechan las ausencias de las otras para yacer conmigo. Como caballero no puedo negarme a sus requerimientos, aún a costa de mi menguada salud.

Día 172: Esta mañana he huido de la cueva, en un descuido de mis tres consortes, quienes se encontraban discutiendo por mi estado de salud, he aprovechado para escapar. Con las pocas fuerzas que me quedan he logrado llegar al viejo campamento donde encontrara a Michelle y Antoinette. Aquí no hay alimentos y no tengo fuerzas para buscarlos. Creo que esto será lo último que escriba y deseo que quede plasmado en papel que he hecho todo lo que ha estado en mis manos para cumplir mi deber, primero salvando la vida de mis tres esposas y luego acatando mis deberes como consorte de las damas que hasta hoy me han acompañado.

Día 176: No se si la numeración de mi historia esté correcta. He estado dormido durante unos cuantos días. Desperté rodeado por mis tres esposas, Las hermanas Michelle y Antoinette y la bella Collete de Gonesse. Las tres me han mostrado las más variadas maneras de alegría y contento por mi recuperación. Sin dejarme hablar, han prometido y jurado que me dejarán descansar, que variarán sus turnos conyugales para evitar mi deterioro físico. Quise responderles pero en mi rostro sólo se dibujó una mueca que quiso ser sonrisa. Luego volví a dormir.

Día 178: Ayer estuve todo el día en cama, mis tres esposas no se han despegado de mi lado, me han atendido y mimado cual infante. Aún cuando me siento mucho mejor el temor me embarga, todas me observan libidinosamente y están pendientes de las salidas de las otras. Sigo sin poder hablar y el poco aliento que tengo lo uso para escribir este diario, el cual se acerca a su fin. De eso estoy seguro. Por otra parte, un profundo sentimiento de tristeza me embarga, no por mi próxima partida, sino por vivir lo que muchos hombres pudieran desear en cualquier parte y morir a causa de ello.

Día 180: Mis esposas no han dejado mi cuerpo en paz. Los dos últimos días han sido realmente horribles. Luego de discutir entre ellas, decidieron que lo mejor era yacer conmigo sin importar las consecuencias. Se turnan una detrás de la otra, me dejan descansar unas pocas horas y luego continúan. Me han estado alimentando con agua de coco, algo de pescado y mucho vino. No se que han hecho para conseguir alimentos, ninguna sabe cazar y menos aún pescar. Se que no me queda mucho tiempo.

Día 181: Esta mañana desperté y tuve conciencia de que me quedan pocas horas de vida. Esto que el posible lector tiene ahora en sus manos es mi último acto razonable como hombre. Las escucho reír fuera de la cueva, están celebrando, la euforia que las embarga me hace entender que están llenas de vino como botas. Una de ellas se ha asomado, no puedo distinguir su rostro, pero su aprecio su mirada torva y una sonrisa desencajada. Ya no siento miedo o temor, tampoco siento arrepentimientos o sentimientos de culpa. Tristeza, sólo una honda tristeza embarga mi corazón. Una vez que yo muera ellas me seguirán. No tienen la capacidad para sobrevivir solas. Han entrado las veo acercarse y cierro los ojos, ya no hay nada que contar.

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La narración del capitán De Los Santos termina con esas palabras. El libraco no contiene nada más. Hay algunos vacíos aquí y allá en páginas que no pude transcribir debido al deterioro. No se que habrá ocurrido, mi imaginación estuvo tentada a terminar la historia, pero preferí que cada quien haga sus propias conjeturas sobre De Los Santos y sus tres esposas, Michelle, Antoinette y Collete.